Ella también se llama Sara

Llamó varias veces al timbre, podía oír a alguien dentro de la casa, pero no le abrían. Estuvo tentado de marcharse, pero después de lo que le había costado llegar hasta allí no podía abandonar ahora.
Al final la puerta se abrió, y en la penumbra pudo ver a una mujer, una anciana ya. Tenía el pelo canoso, el rostro lleno de arrugas, los ojos parecían secos, como si ya no tuvieran lágrimas que derramar.
La mujer no hablaba, no le decía nada, solamente le observaba expectante.
-Hablé ayer con usted, por teléfono -dijo Alberto.
La mujer, Sara, le miró otra vez, esperaba odiar a aquel hombre, cuántas veces se había imaginado aquel encuentro, cuántas veces había deseado ver a aquel monstruo, a aquel engendro y exterminarlo, hacerlo desaparecer para siempre. Pero ahora, con él ante su presencia se sorprendió al darse cuenta de que no sentía nada hacia él.
Al rato abrió la puerta por completo y con la mano le indicó que pasara. Alberto entró, y se quedo esperando, miró a su alrededor y se encontró en una casa humilde, le recordó a la suya antes del Golpe.
-Por favor -dijo Sara por primera vez-, vayamos al salón, allí estaremos más cómodos.

-Siéntese -dijo Sara mientras ella también lo hacía.
Los dos tomaron asiento, uno enfrente del otro, Sara le miraba a los ojos, pero Alberto era incapaz de mirarla a ella, tenía la cabeza baja y los ojos mirando al suelo. No sabía cómo empezar. Se fijó en un pequeño portarretratos que había sobre la mesa. En él aparecía un hombre joven, de unos veinticinco años, sonriente. Por fin, cogiendo el retrato dijo:
-¿Es él ?
-Sí -respondió Sara-, pensaba que usted lo recordaría.
-Recuerdo los hechos, pero mi mente ha borrado por completo sus rostros.
Sara sacó una pequeña grabadora que tenía en un cajón y la puso a funcionar sobre la mesa.
-¿Por qué quiere grabarlo? -preguntó Alberto-, sabe perfectamente que nunca podrá utilizarlo como prueba, la ley de Amnistía nos protege .
-Ya lo sé, es para mi nieto, para que cuando crezca sepa de primera mano cómo murió su padre.
-¿Cuántos años tenía?
-Uno y medio, bueno, eso fue cuando se llevaron a su padre.
-¿Vive con usted?
-Los veranos. Los inviernos los pasa en el norte, con sus abuelos maternos. Su madre también murió.
-¿En los campos?
-Eso creemos, todavía es "desaparecida". Puede empezar cuando quiera, le escucho, llevo quince años esperando oír esto.
El momento había llegado, Alberto tragó saliva, levantó la cabeza y fijando su vista en la nada, miró al pasado y dijo:
-Quiero que sepa que yo cumplía órdenes, no podría haber hecho otra cosa.
-No busco culpables, señor, sólo hechos. Si usted es capaz de creerse eso de las órdenes y sentirse bien, y dormir por las noches no seré yo quien intente convencerle de lo contrario.
Alberto comprendió su cobardía, y el coraje de aquella mujer. Y empezó a hablar.
Y se lo contó todo, le explicó su cometido dentro del organigrama del Golpe, él era uno de los encargados de interrogar a sospechosos para descubrir posibles complots contra el Gobierno Militar, y todo el mundo con ideas políticas cercanas al gobierno anterior era sospechoso. Luego le habló de los interrogatorios, de las torturas, pero ella no se inmutó.
Le dijo que no recordaba siquiera el motivo por el que detuvieron a su hijo, probablemente no lo hubiera. Sí sabía que no les había dicho nada, pero que cualquiera que entraba en los campos y era torturado aprendía demasiado y no podía quedar en libertad.
Le habló de los cortes, de las cuerdas, de las quemaduras incluso de las descargas en los genitales.
Y le contó el final, cómo en un interrogatorio demasiado fuerte le rompieron la columna vertebral, y allí mismo, mientras su hijo estaba tirado en el suelo, sin poder moverse, él le remató con un tiro en la nuca, murió al instante. No dijo que cuando murió llevaba ya semanas deseándolo, que se lo gritaba a la cara siempre que podía.
"Matadme, por Dios, matadme", y sintió retumbar esas palabras en su cabeza.
La habitación quedó en silencio, Alberto por fin se atrevió a mirarla a los ojos y dijo:
-Eso es todo.
Sara paró la grabadora, y se levantó. Alberto hizo lo mismo y se dirigió hacia la puerta. Sara no lloraba, todas aquellas torturas ya las había llorado, también había llorado aquella muerte, y se tranquilizó al sentir que no había nada nuevo por lo que llorar. Sintió perdidas las lágrimas que había derramado por cosas no ocurridas. Quizá por eso fuera que no le quedaban.
Alberto estaba ya saliendo por la puerta, cuando una duda pasó por la cabeza de Sara.
-Oiga -le dijo.
Alberto se detuvo, y girándose la miró.
-¿Si?
-¿Ha hablado con los familiares de algún otro desaparecido?
-No, es usted la única.
-¿Por qué?, ¿por qué me eligió a mi?
Alberto la miró, estuvo a punto de no contestar, pero había empezado a hablar, y aquella madre llevaba esperando muchos años para poder escucharle.
-Mi madre -dijo Alberto mientras apartaba la mirada hacia el suelo-, ella también se llama Sara.


Comentarios

¿Dónde he leído ya esyo? tal vez haya sido en un escrito tuyo anterior.En este caso retiro la denuncia.


Anónimo
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A ver hombre, éso de los genitales es un poco rudo noo??, y lo de la protección por parte de la ley de amnistia...bueno, suena un poquito a C.S.I... es por protestar, na más


Anónimo
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