Fugata en mí menor

Cae el día y, lo que la luz oculta, con las sombras despierta y se revuelve. ¿Será esta noche? ¿Mañana...? Quizás nunca. O para siempre... ¿Alguien lo sabe? Si alguna vez he vuelto a ser pequeña es hoy. Apenas nada atrás y todo un mundo por delante. Y la sorpresa en la mirada. Pero sin manos, ya no encuentro aquellas que en volandas me llevaban. Y yo tropezando, arrastrando los pies.

Arena y sal. El horizonte. Los dedos enredados en el vaivén de las olas y el viento insistiendo, queriendo hacerse oír. Sólo que no me gusta lo que dice, no quiero escucharlo. Tampoco verlo. ¿Quién dijo que el viento, más allá de todo lo que arrastra, revuelve y descoloca, no se ve? Si yo te contara... También pensaba que los escalofríos no duran más de un par de segundos y ahora sé que puedo contar por lo menos hasta 20 antes de que desaparezcan. El viento se puede ver. Por supuesto oler, tocar y oír. Probar, tragar y hasta digerir. Créeme.

¿Y la magia? Si algún día existió (ya casi lo dudo) ¿dónde se quedó? ¡Debió de perderse entre sus propias excusas una madrugada de musas y cañas con la risa! Sí, aunque nunca me lo dijo, lo intuía. No era más que otra raya pintada tratando de mantener, como todos, sus frágiles extremos hacia arriba. Pero me gustaba creer que era y estaba ahí. ¿Quién? ¿La risa? ¡Mil veces la magia! La mitad de medio segundo a la deriva en sus ojos sobra para deshacerme en reír...

Así que, salvo los escalofríos de más de 20 segundos y algún tropezón de vez en cuando, poco ya me queda. Bueno, sí: mis flores, el gato, la bruma, un bastón y escribir por escribir.

(Noviembre 2021)


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