Casi no te conozco

Aquella mañana había sido muy dulce despertarse. Había dormido como nunca. Los rayos de aquel sol de octubre se comprimían para colarse por las pequeñas rendijas que separaban el amanecer de las sombras de su habitación. Todavía se quedó un rato más bajo las sábanas saboreando aquella hermosa sensación, tan poco común, de calma absoluta, los ojos cerrados, la mente vacía.

Cuando al fin se levantó besó a su madre y se sentó de espaldas a la ventana para observarla. Era como un torbellino dando vueltas alrededor de ella. Se afanaba en tenerlo todo a punto. Ella la miraba divertida sin entender todo aquel revuelo y decidió tomarse el día libre.

Los demás también fueron poco a poco despertando. Todos la miraban diferente, quizás con nostalgia. Acudían uno tras otro a su lado. Venían, se marchaban, volvían. Ella disfrutaba de sus palabras y sus risas, sabía que iba a echarlos de menos, pero ni siquiera eso consiguió inmutarla.

Las horas siguieron pasando sin prisa. Se puso cualquier cosa y salió a la calle. El día no podía ser más hermoso. El calor, los colores, la brisa. Se dirigió al lugar convenido y se dejó hacer. Le agradaba sentir la caricia de aquellos dedos en su cabeza pues desde niña siempre pedía que jugaran con su pelo.

Cuando regresó a su casa parecía que un ejército invasor la hubiera tomado. Le hubiera gustado conversar con todos pero era tarde. No se enteró de cómo le pusieron aquel vestido que su madrina había cosido con tanto cariño para ella. Demasiados botones para andar con prisas. También se atascaron los zapatos. No tuvo tiempo de ver su reflejo en el espejo, tampoco le preocupó. Guardó aquella instantánea en su memoria y sonrió.

En el último peldaño de las escaleras había un coche y un hombre que la aguardaba. Él la miró con ternura. "Casi no te conozco", dijo mientras sus ojos se humedecían y sus recuerdos lo transportaban a la primera vez que la tuvo entre sus brazos. Ella se sorprendió por primera vez en ese día y se dio cuenta de que el cabello de su padre se había vuelto cano. Comprendió que él lamentaba no haberle dicho nunca cuánto la quería. Tampoco ella recordaba habérselo dicho, quizás alguna vez de niña, y, aunque en ese momento sintió deseos de hacerlo, las palabras no acudieron a su boca. Tan sólo supo sonreír. Y aquel coche arrancó.


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Pero trece años después ya se va a detener...


Gelouin
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