Mi niño perdido

- No late - dijo en medio de la penumbra.

- No late - repitió, pero yo ya no le oía.

Los cuentos que te contaba se callaron de repente. Las canciones se quedaron mudas. Todo se paró. Tú habías muerto.

Nuestras miradas se cruzaron con la amargura de los sueños rotos. Nos dimos la mano. Lloramos.

Empezó a hacer frío. Después apareció el miedo. La última en llegar fue la culpa y, sin embargo, se quedó para siempre.

Cuatro semanas, dijo, hacía que ya no me oías. Hasta en eso he fallado. Es cruel. Una madre debería saber que a su hijo se le va la vida. Yo no me di cuenta y seguí acunándote cada noche.

Todavía recuerdo el olor familiar de aquel quirófano, sólo que esta vez éramos tú y yo quienes estábamos del otro lado. Todavía, a veces, me despierto soñando que estás vivo mientras te arrancan de mis entrañas. Todavía siguen en mis manos las flores, ya marchitas, que cogí para tí pero que no he tenido dónde dejar.

Tan sólo me queda el consuelo amargo de que al menos yo te he albergado.

Tu tumba, mi vientre.


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