El canto de la rana

El canto de una rana viene en la distancia, fluido en un suave viento y por primera vez presentándose como algo útil. Otra vez hubiera sido el absurdo pasajero del olvido, un sonido tan vano, tan lejano, tan vacío, ahora es lo único que tengo, su canto, el mortal silencio que rompe y mi cuerpo empapado en entumecimiento, flotando y asido a una muerte espesa, de barro que me traga y me deja solamente despedirme.
La rana se calla y siento miedo, el eco de su croar suena en mis oídos como un eco que se va. El cielo está arriba, absurdamente azul, inmaculado adjetivo de una virgen que en su ignorancia parece hermosa. Las nubes pasarán, supongo, cuando no pueda dibujar un rostro, una última imagen para llevarme.
El lodo llega a mis labios en un beso cruel y frío, haciéndose una amante lenta que me hace tiritar. Todo se refleja en muerte, desde las hojas que rozan mi cara, desde las que caen ahora, desde el cielo puro, desde mi propia muerte escondida en medio de un atajo hacia ella. Esta allí, flotando en las arenas movedizas, como yo, recuerdo las risas cuando oí que es mejor no luchar, que hay que dejarse llevar hasta que no quiera más de ti, sólo sobresale mi cara con la que miro al cielo, la imagino llena de terror y angustia, rodeada de barro y rezando.
Tengo miedo, demasiado miedo para sentirlo. El canto de la rana vuelve y me agarro a él como un niño aterrado, he dejado hace demasiado tiempo de hacerme preguntas, solo tengo respuestas.
El florete cuelga pesado en mi cintura, no me atrevo a moverme y soltarlo, parece reírse. Hoy iba a beber la sangre de un hombre y acaba llevando la mía hacía la oscuridad. Ahora siento sus insultos tan absurdos, y mi indignación tan esperada. Estará pensando que tuve miedo, mi padre me odiará por el retraso, querrá vengar mi honor con sus manos temblorosas y morirá sin saberlo, atravesado por un florete que nunca hubiera podido atravesarme a mí. Atravesado por el hombre que yo iba a matar, que vivirá, vida regalada por estas arenas.
El tiempo pasa, ahora pienso en ella, sus caricias nunca fueron tan frías pero tampoco nunca me hizo sentir tanto, sus besos espesos ardían mi cuerpo pero me negaba su pureza, su sonrisa plateada al verme consumirme en placer, regañándome ingenuamente por quemar tanto y pidiéndome dulcemente perdón por no apagarme.
Por ella iba a luchar, me hizo salir tarde hacia el duelo tras apagar sus lágrimas y entrar en un atajo que se convirtió en un paso en falso, en un atajo a mi muerte.
La rana se oye más cerca, qué simple compañía tan dulce, por primera vez veo la pureza de su canto, de su inadvertido estar, de su paso fugaz por le vida y el cuerpo de una hembra, de la que pensaba ausencia de ser que ahora respeto plenamente.
El barro comienza a ser más frío, un frío que entra por cada poro de mi cuerpo, mi boca toma lentas bocanadas de aire que probablemente será un robo absurdo, unos granitos más de arena en mi reloj de arena que se vacía.
Cuanto daría por dar un último paso atrás y agarrarme de nuevo a la vida, por flotar de nuevo con mi sonrisa hermosa en la falta de importancia que tenía todo, en esa juventud que adoraba tan levemente y lejos de esta soledad que nunca había sentido, en la que una simple rana me da más compañía de la que nadie me haya dado jamás.
La rana se acerca más aún, lo siento en el sonido, giro mis ojos pero no la veo, solo un cielo de otro azul se dibuja a lo lejos y empapa mi mirada. El tiempo pasa, la muerte comienza a acariciarme desesperada y la desesperación salta algunos momentos desde mi corazón que se estremece.
Atardece, en una caricia de una fría brisa, en una amarillenta hoja que flota en ella ante mis ojos haciendo en su simpleza una hermosura abstraída de la vida que se lleva, giro los ojos hasta que la pierdo, lejos, quizá alguien la coja antes de caer y la tire al suelo luego haciendo real su inevitable final.
Nunca había sentido tan solitario este camino, ¿por qué nadie viene hoy por él?. De cada sonido creo unas pisadas que luego me defraudan. Es lo único que me ata a esa vida que no quiero que parta.
Ojalá hoy fuera ayer, cambiaría tantas cosas, pero ¿a quién puedo clamar tiempo?, o una sola vuelta al sol hacia atrás, ¿quién me la podría dar?. Nada más que un cielo azulado, retocado por los anaranjados tonos de los sueños, se hace el espectáculo más vacío pero más hermoso que jamás haya sentido.
La rana roza ahora mi oído, o su sonido se ha hecho tan brutal, tan salvaje, tan unido a los latidos de mi corazón que retumba en miedo que me parece que está justo a mi lado. Eso será quizá, y si no ¿por qué ella no se hunde?, yo que la creía tan absurda ahora veo que puede hacer algo por lo que pagaría mil vidas. Flota en las arenas pareciendo enseñarme algo en su simpleza que envidio con toda la fuerza con que la sangre recorre mi cuerpo.
El viento comienza a mecerse ahora furioso, trayendo lejanos sonidos y lamentos que quizá sean los míos al volver. Sabe que la vida es tan preciosa, tan extraña, tal regalo del destino que no merece la pena pararse a amar nada, que hay que rozarlo todo y sentir en todo antes de abandonarse, entra en mi boca dándome un beso ausente que se lleva y me deja en este silencio, con esa dama enlutada, la que hoy ojalá no me posea.
La noche entra, y el recuerdo de ella vuelve en el blanquecino rostro de una media luna que se dibuja más allá de la negrura, ahora daría todo por susurrarle algo, esas palabras que mi orgullo creía negarle porque ahora me siento lo bastante orgulloso para decírselas. Qué absurdo ha sido todo, qué cantidad de tiempo he consumido en nada y qué poco me queda cuando se lo que realmente tiene sentido. Quizá mi padre ya esté muerto y alguien se ría a escondidas intentándose explicar aún quién le ha regalado esa vida. Alguien más se emborrachará y caerá sobre un suelo embarrado, por la mortecina lluvia de esta mañana, y sin ser tragado por su barro, y aunque lo haga siempre, cada noche, será eternamente mejor que yo por estar vivo, por esa única razón, porque todo pierde su sentido cuando la muerte llega y se pierde en el sabor de esos gusanos a los que, sin querer, les darás vida.
Siento a la muerte acariciando mis fríos pies y dudando si ha llegado ya la hora de tirar, si ya he aprendido lo bastante para venir a por mí y alejarme.
Un ruido llega a lo lejos, quiero creer que es el viento jugando a inventarse el eco de unos pasos, quiero creer que es un animal que esta noche camina sin miedo buscando una presa, quiero creer lo que sea para que no nazca una esperanza falsa y luego me devore y muera temblando. Pero me equivoco, sí, son unos pasos que se aproximan, alguien que ha escogido este atajo por una razón que no entiendo pero no me importa. Se acercan, estoy seguro. Intento gritar, quiero gritar como un recién nacido, pero mis pulmones no me hacen caso, parecen un ser ya muerto que sólo logran tomar el suficiente aire para dejarme flotando en esta agonía. Empujo al aire con furia y con fuerza pero no nace más ruido que mi angustia que únicamente yo oigo. La desesperación me invade, la noche está cerrada y en el pequeño trocito de luna estoy seguro de que no logrará ver lo poco que sobresale mi cara de las arenas. Los pasos se acercan, vuelvo a expulsar el aire con toda la impotencia que me llena y un pequeño sonido nace, un silbido por la posición de la boca, sí, lo he conseguido, consigo silbar de nuevo y con el silencio del viento que llega como un regalo de nadie y la soledad del lugar estoy seguro de que me oirá, lo he conseguido, sólo tiene que acercarse un poco más y lo hace con cada paso, siento como la muerte tiembla al perderme. La niego ahora, la insulto ahora, ¡te he vencido!.
Los pasos van a llegar a mi lado, un último silbido, coloco mi boca y voy a soplar, seré libre por fin de esta caricia de lodo, de esta trampa invisible que ha de rendirse por fin, voy a silbar. La rana sube a mi cara y se posa en mi boca, soplo y no se aparta, no sale ningún sonido de mis labios, solo noto su sabor amargo, su sonrisa maligna si la tuviera, apártate maldita apártate, los pasos pasan a mi lado y comienzan a alejarse, apártate maldita apártate, aún hay tiempo, los segundos de mi vida se van en su cuerpo, en este absurdo ser minúsculo que no valía nada. Aléjate maldita sea, muevo la boca y no lo hace, ni siquiera al girar mis ojos llenos de odio se mueve, este maldito ser efímero no me ha de matar, aléjate. Los pasos se van, ya están demasiado lejos y yo estoy muerto de nuevo, estoy llorando sí, estuve tan cerca de agarrarme a la vida, Los pasos se han ido, estoy muerto, el frío me carcome ya y me rindo, abatido, humillado, la rana comienza a croar y la muerte viene a su llamada, o estaba en ella, en lo más absurdo que en este instante final comprendo.


Comentarios

una vez mas, chapeau!!

te descoloca el titulo, y mientras lees no sabes por donde va a salir el asunto, hasta que en la ultima linea se vislumbra el final

y piensas por que no se me ocurrio a mi?


Anónimo
Imagen de Anónimo