Historia de muebles y otros enseres ya gastados

¡¡Aaaaa!! bostezó aburrido, luego se acercó a mí y sin decir una palabra volvió a meterse en la cocina. No es que él cocinara, nunca lo hacía, lo hizo al principio hacía años cuando me invitaba a cenar en su piso, delicioso, como delicioso era su aroma, cesó, decía mi mano al abrazarle.
No es que le de vueltas o no, me doy cuenta que se ha convertido en un mueble más, como yo para él, supongo. Ya no te preguntas si te gusta o no, o por qué está ahí, simplemente está, y cambiarlo requeriría un esfuerzo que no tengo, y no me refiero al armario.
Pero hoy noto especialmente su presencia amenazadora, y esa sensación sin que él la sepa está royendo su apatía y su indiferencia, entrando en su forma de verme, y notando que este mueble dinámico que soy yo para él comienza a ser una amenaza. Pero no es hoy una coincidencia, hoy cuando fui al baño por la mañana su orín como es usual estaba mojando la taza, pero hoy, al contrario de siempre lo vi un insulto. Quizá es martes, quizá llovía, no lo sé, hoy fue un insulto. No respondí a su violencia con otro insulto, simplemente le hice ver que existía, que notaba su presencia caminando a mi alrededor. Y eso sé que se volverá en él como una amenaza, y esa amenaza rabia, y un día cercano sin yo hacer más que saber de su presencia dará un portazo con una maleta llena de odio y de un final que ya está dentro.

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Olía a cebolla cuando vino a visitar a los niños y a vinagre, olía también a vino y a cielo gris de día que no acaba de amanecer. Olía a haber llorado, a haberse sentado en un parque impaciente. Olía al otoño, a su no saber hacerse gris a tiempo, a su no saber cambiar las hojas, a su no saber verse amarillo. Ya no olía al perfume de ella, olía a perfume barato de él. Olía a estofado, cuando cerré la puerta y se fue. Olía a hogar sin él. Olía en el abrazo de mis niños una nueva primavera

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Después de las maletas ruidos y carreras, suspiré sola, agradecí mi tiempo para mí ya como agradecía mi tiempo para ellos. Había un suspiro de abrazos, un suspiro que había dejado él hacia ya tanto. Un suspiro que repetían los muebles, no sobraba ninguno ni faltaba ninguno, los críos dejaron los suyos, y me sentí plena. Como si todo encajara, sintiendo que podía envejecer con los muebles, a su ritmo. Ya no hacía falta cambiar nada fuera, quizá encontrara compañía, quizá no, lo que había aprendido hacía tanto es que ya no necesitaba mas muebles.

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(relato incluido en el libro "cuentos desde el pirulo y cuentos desde el corazón)