La matriz de lo superficial

Era ya la segunda vez. También la practicaron una cesárea. Con una delgadez extrema de la madre, los médicos admiraban perplejos como había podido sobrevivir el bebé. Era un milagro. La mujer, con un gran cargo en una empresa farmacéutica padecía de algún tipo de trastorno de la alimentación. Durante los nueve meses fue incapaz de dejar uno de sus múltiples vicios, el tabaco. Consiguió reducir la dosis a cinco cigarrillos diarios. Pero no fue capaz de alimentarse mejor. No estaba dispuesta a coger kilos de más que resultaran muy difíciles de quitar. Y sólo al final del embarazo sacrificó sus clases de paddel diarias en el complejo donde vivía.
Le había costado mucho llegar a alcanzar aquella privilegiada posición social. Criada en el seno de una familia de clase media. La segunda de cuatro hermanos conocía la palabra sacrificio desde bien joven. Ya en el instituto, estudiaba durante horas para sacar la mejor nota. En la universidad, fue la primera de su promoción como farmacéutica. Consiguió un trabajo en una fuerte empresa y poco a poco fue ascendiendo. Se vanagloriaba de haber conseguido todo sin chupar ninguna polla. Bueno, a su marido si se la chupaba. Mundo cruel y duro para las mujeres, ella sabía bien que sólo la doblemente mejor que un hombre conseguía un puesto de esas características.
Sólo cuando ya tenía una gran reputación en su trabajo y un puesto consolidado, decidió tener un hijo. Fruto de esa intención nació una niña consentida, dotada de todos los caprichos que nunca había tenido su madre. Todo era poco para la criatura de siete años, el mejor colegio privado, las clases de esquí, el nativo que la enseñaba inglés en casa y al que su madre se follaba de vez en cuando...
Cuando contó con suficientes ahorros, esta mujer, decidió operarse la nariz. Más adelante se tatuó permanentemente la raya del ojo. Sí, esa que se suelen pintar las féminas en los párpados.
Una ecuatoriana empleada del hogar cocinaba, cuidaba de los niños, limpiaba, iba de vacaciones con ellos a la nieve e incluso dormía en su propia casa.
Hace poco la habían ofrecido un ascenso, menos horas con los niños no era un problema porque estaban bien atendidos. Lo importante era subir, llegar a lo más alto.
Su madre, una mujer de complexión delgada, sesenta y cinco años, ama de casa, había comenzado a fumar a los cuarenta, porque así se sentía más libre y moderna. Además era una persona extremadamente nerviosa, bastante neurótica y con problemas de insomnio. Sus delirios llegaban a obligarla a doblar la ropa antes de meterla en la lavadora. Su gran ilusión se vio cumplida cuando su marido la regaló un abrigo de piel. Ella se lo había enseñado bien “Sin dinero no eres nadie” “Ten cuidado, que vas a engordar“,”Tienes la nariz de tu padre“...
Y llegó el momento en el que comenzaba esta historia, cuando tuvo un segundo bebé. Había transcurrido poco más de un mes desde el parto cuando se fue a otra ciudad sola. El pequeño se quedó al cuidado de la criada. Al fin y al cabo, estaba alimentado por biberones, porque su madre no había tenido leche, ni siquiera le había llegado alimento a través del cordón umbilical cuando se encontraba en el interior del vientre. Tras el viaje regresó más contenta que nunca, orgullosa de sí misma. Lucía un escote que dejaba entrever el canalillo de sus nuevos pechos. Porque realmente, tener un segundo hijo había sido una idea fantástica para poder aprovechar a implantarse aquel par de siliconas. Así en la empresa nadie se daría cuenta. A una mujer embarazada le aumentan las mamas cuando se llenan de leche... Todo estaba escrupulosamente planeado. O al menos eso pensaba.
Ya podía ser feliz, vestir trajes de firmas importantes sin que tuvieran que ser arreglados. Pero, en su interior, había algo que no había podido conseguir; ser más guapa y más alta...A pesar de sus cuarenta y pocos años, todavía no había descubierto el origen de todos sus problemas y complejos...