Feliz Nariz

Había acabado aquella larga y estúpida batalla. Los vencedores se convertían ahora, como por arte de magia, en los buenos. Otros que no habían tenido tanta suerte pasarían a ser los asesinos y serían juzgados por ello.
Entre estos últimos se encontraba Luis Velazquez, un granjero que nunca entendió muy bien el porqué de aquella guerra, un granjero al que le pusieron un arma en la mano y le dijeron: - Lucha por tu libertad.
Su libertad consistía ahora en una hoja de guillotina.
Llovía un poco, la lluvia desteñía silenciosa pero inexorable el manto negro de la noche. La vida amaneció con una plegaria del gallo al nuevo sol, al nuevo dia.
Luis Velazquez despertó en la celda rodeado por sus compañeros que aun dormían. Estaba empapado en sudor de pesadilla y supo que esta se haría realidad con todos sus monstruos y fantasmas.
Las calles embarrasadas se dejaban recorrer por un carro tirado por la muerte y por el yugo de la opresión.
El sol había vencido otra vez como de costumbre a la noche.
Las ruedas del carro gemían doloridas presagiando un nuevo crimen.
Las gentes del pueblo se desperezaban en sus humildes hogares y sonreían a la vida.
Lui Velazquez y sus compañeros apretaban sus manos muy fuerte. Tenían miedo, mucho miedo, pero les habían enseñado a comportarse como hombres.
Los niños jugaban entre gritos y risas con una pelota de trapo, totalmente ajenos a lo que ocurría.
El carro llegó por fin al lugar de la ejecución. La guillotina esperaba en medio de la plaza. Uno a uno los condenados fueron subiendo al patíbulo. Se arrodillaban con los ojos cerrados y esperaban el extraño y a la vez familiar sonido que hace la cuchilla al caer. Era el susurrode la muerte.
Le llegó el turno a Luis Velazquez. Se arrodilló en medio de un charco de sangre y apoyó su cabeza bajo la impaciente hoja. Vió que el cesto que contenía las cabezas de sus compañeros estaba lleno. Sintió el aliento del verdugo en su cuello cuando este se agachaba para sujetarle la cabeza.
Sólo un instante de sobrecogimiento y !zas!, su cabeza se separó de su cuerpo.
Pero no murió. Su cabeza que aun seguía consciente no se detuvo en el cesto, sino que bajó rebotando freneticamente por la escalera ante los gritos de admiración de la gente que allí se había reunido.
Luis, ya no Luis Velazquez, pues el Velazquez se había quedado en el cuerpo fue rodando por el suelo. Y en su consciencia, esa conciencia clara y verdadera que precede a la muerte, sólo deseó una cosa: ver una vez más el cielo. Y eso no hubiera sido posible a no ser por su nariz.
Una nariz que de pequeño le hizo ser la víctima de las bromas y los insultos de sus compañeros. Luego creció, y como no, también creció su nariz.
A los quincve años era peor. La gente se le quedaba mirando sorprendida ,y en vez de gritarle como cuendo niño, le miraban como intentando disculparse por haber pensado lo de narigudo... y eso sí que dolía.
Años despues se casó con un mujer que le quiso por lo que era, y no por cómo era, y le dió un montón de hijos, cuya única gran herencia sería su nariz, y el difuso recuerdo de un padre héroe muerto en la guerra.
Aquella nariz descomunal que le sorprendió en su niñez, odió en su adolescencia, y aceptó por fin , no sin cierta resignación en su madurez, le salvaría.
La cabeza de Luis, en su rodar por el suelo , se iba a detener mirando hacia la tierra, pero justo en ese preciso instante su nariz hizo de tope, e impulsó su cara de nuevo hacia arriba, y así fué como se quedó.
Mientras el cielo se desdibujaba en sus ojos, a cambio de un amanecer incierto, en su rostro apareció una sonrisa tenue, muy suave, casi imperceptible, reflejo de una nueva victoria de la luz, sobre las tinieblas.


Comentarios

El que le puso el arma en la mano es el típico mamón hijo de la gran puta que se hacía rico vendiendo armas desde una oficina mientras los demás se hundían en la mierda.....

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Anónimo
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