Faregüés

Hoy saneamos un rebaño de lidia. Como siempre, los vaqueros y el mayoral tratan de escurrir el bulto con algún animal que no han podido meter en la manga, para ahorrarse un poco de trabajo. En el momento que hablas de levantar un acta si no aparecen todos los animales, como por arte de magia, se acuerdan de donde están los que faltan.

Hoy fue espectacular. La última vaca se había mezclado con otro lote de eralas. Sacaron del corral el lote entero y lo mandaron al prado que había delante del mueco. El mayoral empezó a perseguir el lote dando tumbos y haciendo trompos con una furgoneta hasta que localizó la vaca. Cuando casi la había cortado, se le volvió a mezclar con todo el lote. Pero de pronto aparecieron tres perros que la empezaron a perseguir. Uno la mordía el rabo, otro el morro y otro se le tiraba al cuello. Al final la consiguieron parar. El mayoral baja de la furgoneta y la coge del rabo, y nos grita que nos demos prisa que hay que sacarle sangre. Y claro, los que sacan la sangre somos mi compañero y yo. O sea, que nos tenemos que acercar a una vaca de lidia en medio de un prado inmovilizada por tres perros y un mayoral. Sin pensarlo, porque si lo hubiera pensado, no me hubiera acercado, salimos corriendo, mi compañero con el cubilete de la basura y yo con un sangrador en la mano. Menos mal que no me tembló el pulso y acerté con la vena a la primera.

De pronto, cuando ya tengo el tubo en mis manos el mayoral suelta el rabo de la vaca y los perros desaparecen. Él monta en la furgoneta. Mi compañero me mira, yo le miro, miramos la vaca, que tenía unos pitones de miedo, y echamos la carrera más larga que he echado en mi vida. Parecía que el burladero no se acercaba y la vaca estaba cada vez más cerca. De pronto oigo un golpe seco y veo el cubilete amarillo de la basura en la cabeza de la vaca y mi compañero dando tumbos por el suelo. Y el gracioso del mayoral escojonándose en la furgoneta.

Nos la jugaron.


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Javi
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