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Fue así de repente, sin previo aviso, que se me acabaron las ideas. Y bueno, tampoco es para extrañarse, porque ya tengo 30 años; algún día se me tenían que terminar.
Al principio me preocupé un poco, creo que es natural, pero sólo al principio...oO

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Miércoles de un frío enero. Susurrado en un gélido viento que asola Moscú. Dos alcohólicos muertos. Ivan Pertrovich a las dos y siete minutos de la madrugada, tumbado en el suelo después de ingerir más de dos litros de Vodka. No lejos de allí, en Washington, cuarenta y ocho horas antes de que el último ser humano desaparezca de la faz de la tierra, James Mathow, con cerca de litro y medio de wiski en su estómago, es atropellado al cruzar la calle dando tumbos, por el autobús número cuarenta. En él viaja Marta Fernández, tercera generación de inmigrantes mexicanos enriquecidos por el negocio del tequila. Y arruinados por el negocio del juego. Que mira nerviosa el reloj, se levanta y se dirige al conductor...oO

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Llamó varias veces al timbre, podía oír a alguien dentro de la casa, pero no le abrían. Estuvo tentado de marcharse, pero después de lo que le había costado llegar hasta allí no podía abandonar ahora...oO


En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.
Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda...oO

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