Cadencia V

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Me acerco a los barrotes de la celda. Y espero. El niño da unos pasos y dice:-vengo a visitarte. Gracias – contesto. ¿ Cómo te llamas ? es una buena pregunta para hablar de algo. – Ya me he enterado de que estáis todos condenados a muerte... lo siento- susurra. – bueno he de irme , tengo muchas cosas que hacer- dice. Se aleja de los barrotes y se sienta en la cama. Hay un ciego escuchándonos. Hay una mañana; una oportunidad y un mundo: irreconciliables. Me alejo d ellos barrotes de mi gran celda.

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Mi espera en el pabellón de la muerte : mundo, es una verdadera agonía. Los perros no se acercan más a mí. En la oscuridad ella lame mi sudor que es continuo desde hace meses y dice que es amargo. Prueba mis lágrimas – digo, dice que son mejores que mi sudor que son saladas. Hago un corte en la palma de mi mano; ¡ es dulce ! exclama. ¡Tienes la sangre dulce ! Pero no toda es dulce – digo- sólo la primera. Ella no me cree y quiere seguir lamiendo toda la sangre para comprobarlo, porque no me cree. Yo me dejo hacer.

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Despierto muy débil. He atravesado una oscuridad espiral, sin ritmo. Como el único surco de un disco. Con lentos movimientos giro la cabeza y la miro. – Tenías razón – dice – la última era amarga porque tú te morías. Sonrío mirando sus pechos desnudos. Leche y miel, pienso, he de recuperarme, me decido por el derecho. ¡¡¡ Miel !!!

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Llevamos así una semana. Me doy cuenta de que hemos perdido y roto la cadencia; de que no tenemos ningún ritmo; pero al mismo tiempo sé que no es verdad. No percibo el ritmo, pero el ritmo ha de existir porque es con-nos y entre nosotros. Y nosotros existimos.

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La llevo a la montaña. Allí sigue el eco continuo de mi última blasfemia. Son mis palabras, pero ya no son mías, porque yo sólo las dije una vez. El eco se va desvaneciendo sin llegar nunca a desvanecerse. Cadencia.

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El niño aparece. Dice, que los guardias le han dejado entrar a verme. Ha dicho algo que me ha conmovido: - Tú cárcel es tan grande , mi libertad tan pequeña y estoy tan sólo. Estoy, tan solo. Yo no estoy sólo – digo mirándola a ella. Bah – pero si es una chica – dice con sus diez u once años.

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¿ No me vas a dar un beso antes de irte ? – dice ella al niño. El extiende la mano. Ella pone un caramelo y él le da un beso en la mejilla. Por un beso un caramelo. Le he denunciado, ahora se que no era tan inocente... luego era tan culpable... ¿ o se hizo culpable para no estar sólo.?