Mermelada de sombras

Dejé de mirar a la gente hace ya mucho porque son mentiras irreales de sus sombras. Seres que se creen limitados en fronteras que existen en sus ojos, que se creen únicos, que piensan que caminan solos, que pueden elegir, o ser, o no ser. Olvide sus cuerpos efímeros, caducos, estériles y desde mis ojos cóncavos y diluidos observaba las sombras, donde se hacen todos, de una misma falta de luz, de una misma sintonía, de un mismo ser, de un mismo momento, lugar, nostalgia, no, nostalgia no.

El amanecer me golpea impertérrito soñando en las sabanas que agarran mis músculos doloridos y les pueden. Me cuesta levantarme, el atardecer es mi época de caza tardía, cuando persigo esos momentos, esas sombras. Me acerco a la estación, donde los trenes nacen a andar en murmullos sollozantes que aceleran a estruendos y desaparecen dejando una sombra larga y tendida cargada de sombras que se van más allá de mi saber, o vienen, en puñados, bajan juntas y se separan sin saber que se han pertenecido. Rugen los trenes, y gritan, para ser recibidos por nadie más que una sombra de un amante impaciente que mira su reloj intentando arrancarle una mentira de vueltas. Sombras vienen, sombras van.

En las sombras se unen las personas que se piensan alejadas, ajenas, desconocida. Hay besos que nunca rozan efímeros unos labios efímeros. Hay quien va de la mano sin saberlo. Hay quien se abraza, quien se toca, y esos seres anónimos y confundidos que no se saben más que en un cristal y en un reflejo. Hay quien se queda a la distancia infinita de un beso mientras sus sombras se besan. Sus sombras que si se conocen se diluyen en una. Y yo, atardecer, lo veo todo solaparse e irse, o ser por un instante.

Dejé de mirar lo obvio, lo desmesurado, lo colorido, lo que me enseñaron a mirar a base de miedo y malograda niñez y comencé a buscar en las sombras. Hay sombras que rozan mi sombra sin saberlo, sentado en un banco, dejo mi sombra irse y ser engullida por los pasos inciertos de viajeros que inconscientes se dirigen a un destino que convierten en lugar. Sombras de sol y sombras de luces que se zozobran entre ellas. Las sombras tienen su lugar e instante, y sus seres, atados a ellas vagan extraviados, descarriados y divagan hasta disiparse en tierra. Bajo la tierra no hay sombras ya, no hay nada.

¿Por qué te han puesto esos nombres? Si eres la libertad de esos seres, porque te llaman sombra, oscuridad, penumbra, umbría, tiniebla, negrura. ¿Por qué te tienen tanto miedo? Cuantas veces has besado más que ellos, cuantos roces te sumergiste completamente en la otra, y cuantas veces, cuando se alejaban y se querían quedar, aún, vuestras sombras seguían rayéndose hasta que se perdían lentamente en otro lugar.

Sois sombras la libertad del ser humano, os es ese ser de carne el esclavo que no se sabe ver en su sombra.

La tarde se va y crecéis, crecéis, antes de morir en el crepúsculo. Nunca muere lo que ha sido pleno, muere lo que no acaba de ser, de dejarse, de entender, raídos de piel y alma entregadas a un tiempo que os desvanece. Muere el que no entiende su sombra, esa parte ilimitada, elástica, infinita de sí mismo que puede tocar, rozar, coger, susurrar, abrazar dejarse seducir en otra sombra sin ningún miedo. Esos seres mueren, o inevitablemente ya están muertos, aunque pululen sin ningún sentido diluyéndose en el tiempo.


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