Cuentos desde el corazón

NI LA VERDAD NI LA MENTIRA
TRES CUENTOS COMICOS DE HOY EN DÍA
HISTORIAS DE MUEBLES Y OTROS ENSERES YA GASTADOS

NI LA VERDAD NI LA MENTIRA

Conocí a Max un domingo por la mañana, sobre las diez y diecisiete, acababa de llover y yo llevaba mi impermeable azul, horrible pero práctico. Él se arrebujaba en un abrigo amarillo feísimo, pensé cuando me lo presentaron que me tenía que alejar de él lo antes posible ya que juntos parecíamos un Miro y uno de sus amigos llevaba una cámara digital. Ante ese miedo a que me fotografiasen con esas pintas desaparecí rápidamente después de quedar para cenar con Max el viernes siguiente.
De Max no sé nada cierto después de veintidós años de relación, sé que le amo y me encuentro muy a gusto con él, pero no podría definir como es ese amor o que significa estar a gusto, es algo así como estar sentado a su lado haciendo nada sin que mi cuerpo esté pidiendo hacer algo, pero supongo que esa es una definición muy vaga.
Fue curioso ese día, tengo grabado a Max despeinado en su abrigo azul horrible, despeinado como nos conocimos, hablamos un poco y nos citamos para cenar el jueves siguiente, me molestó, creo, porque yo entonces trabajaba de lunes a viernes en una tienda de lencería. Pensé lo terrible que sería la mañana siguiente si la noche iba bien, aunque al final no paso nada esa noche, fue una pena.
Recuerdo vagamente la ciudad, creo que era Europa pero podría haber sido otro sitio, sí, tenía que ser Europa porque cuando le conocí estaba cerca de una catedral gótica, de ese gótico europeo tan repetido, es verdad, con su chaqueta verde y ese peinado que parecía de su madre, lo primero que me pregunté fue por qué no llevaba abrigo, hacía frío, acababa de llover pero él no estaba mojado, me lo presentaron y minutos después ya teníamos una cita para el sábado, y ese sábado en esa ciudad que tengo que pensar fue genial, nuestro primera noche juntos, tan mágica.
Me habían dicho de él dos cosas, que al final resultaron mentira. una que estaba sordo por un accidente de trabajo, por lo cual con ayuda de uno de sus amigos que era abogado había conseguido una buena pensión para el resto de su vida, la segunda era que hablaba solo con el lenguaje de signos, ya que utilizar su voz sin oírla le llevaba a crisis realmente graves. Me lo presentaron porque yo daba clases entonces en un centro de sordomudos, y una amiga en común me dijo que era la única persona que conocía en la ciudad que sabía ese lenguaje, que tenía un amigo, que le vendría bien salir con alguien con quien se pudiese comunicar, que llevaba tres años tratado por depresión después de perder el oído en un accidente. así pues, quedamos ese día para que nos presentasen, yo me puse un vestido negro preciosos y como llovía y no hacía frío llevé un paraguas, de los pequeños, busqué un chubasquero que hiciese juego con el vestido pero no encontré ninguno, cuando llegué él aún no había llegado, llegó después con un par de amigos iban todos muy guapos, comencé a hablar con él por signos pero no sabía ni una palabra, me dijo que leía los labios perfectamente y era verdad, su voz era dulce y real, como no se puede describir.
El amor se conserva cuando te tienes que mirar a la cara para hablar, y cuando no dices nada a la espalda del otro o le gritas desde el otro lado de la casa, cuando da lo mismo subir la voz que bajarla, creo yo, así nos ha ido. Sé que Max oye perfectamente, pero no quiero saberlo, sé que esta sordo, aunque algunos de sus amigos digan que lo de la sordera fue por el seguro, ni mucho menos, cuando le conocí en ese abrigo naranja, bajo la lluvia, y nos ocultamos en mi paraguas nos miramos en silencio y no hubo nada que decir, la semana siguiente quedamos para pasear y él hablaba en susurros y yo movía los labios sin hablar, y nuestras manos se acariciaban sin querer, queriendo que se rozaran, poco a poco nos llevamos a una caricia que llevó a un beso, nuestros labios no necesitaban hablar.

TRES CUENTOS CÓMICOS DE HOY EN DÍA

La abuela María rebuscaba sin esperanzas lentamente por toda la casa. Cansada de vivir o de ver malvivir a los que amaba arrastró luego sus pies al mercado, contó las monedas que había conseguido y miró esperanzada de puesto en puesto. Recorrido entero el mercado, se acercó finalmente a uno de los puestos y pidió medio kilo de papas, "sí, de esas, de las más baratas", "tres pesitos y cincuenta centavos", contó de nuevo el dinero, "disculpe me quedan tres pesos, quíteme alguna", el hombre le miró a los ojos sin expresión, en algún lugar sus ojos eran comunes "no importa", y le tendió la bolsa. Cuando María se alejaba el hombre le dijo, "espere" y le dio dos cebollas y una papa más.
María volvió despacio, arrastrando la vida en sus pasos roídos, llegó a cuatro muros medio caídos, casa, entró y peló despacio las cebollas, luego lloró pelando las papas, puso una poca leña un cacerolo en el fuego, echó agua, que su nieta había traído del río, cada vez menos transparente. Se sentó pensando en las palabras de su nieta "abuela hoy nos dijeron en la escuela que hay que comer carne por lo menos dos veces por semana", "que es carne?" pregunto su nieta mas pequeña "cuando vivían papa y mama eso rojo que nos daban, aunque tu eras muy pequeñita y a ti nunca te dieron" "la hay de mas colores" dijo su tercera nieta, "yo la he visto en una tienda y la tienen de muchos colores", la abuela pensaba en sus nietas que volvían ahora de la escuela. Iban cuando no llovía, cuando llovía se cerraba, cuando el pobre don Julián estaba enfermo también se cerraba y ahora con sus 86 años eso ocurría cada vez más a menudo.
Comenzó a cocer las papas y la cebolla, echó apenas sal que le quedaba, luego mirando a la nada afiló despacio el cuchillo, ató un trozo de vestido roto a su brazo y comenzó cortando su mano en pedacitos, el dolor era algo que había perdido hacía tantos años de dolor, luego trocitos de la carne de su brazo. luego lo limpio todo de su piel arrugada y lo echó a la cazuela, corrió la cortina que separaba la cama compartida con sus tres pequeñas nietas de la cocina y se tumbó en ella dejándose morir.
Dejó fuerzas sólo para gritar cuando oyó entrar a sus nietas a la cocina, "no entréis a darme un beso que no me encuentro bien, comed primero, la comida esta al fuego, ya lista, luego cuando hayáis acabado pasad a darme un beso cada una".
Y murió gotita a gotita de la vida que había perdido gotita a gotita sonriente al oír a sus nietas riendo "...¿ y esto es carne?, que rico, dame un poquito mas".

Florencio en su puesto pensó que hacía mucho calor, malo para las papas, peor para la cebolla, quitó otras dos podridas del montón y las tiró, le gustaba el olor de la cebolla pero no era eso lo que ocupaba su mente hoy. La historia que acababa de leer de la abuela María le había encantado, la volvió a leer y finalmente la recortó para leerla mas adelante. Había oído la historia y la había leído en muchos periódicos pero por eso había comprado "El suceso de hoy". Cuando sabía de alguna historia suficientemente curiosa juntaba unos pocos pesitos que nunca le sobraban y compraba este periódico. En él escribía Federico Ramírez, era un periodista mediocre y se decía "dices más mentiras que Federico Ramírez" pero él siempre defendía que no mentía tanto y llegó a acabar cada columna que escribía con "juro que al menos la mitad es verdad" y cualquiera que leyera su columna juraría que al menos la mitad era mentira.
Pero Florencio, tumbado a la espera de vender algo más sabía que aquel redactor de sucesos hacía la muerte mas agradable, la vida menos, aunque era tan poquito agradable de por si, sabia sacar la soledad de un suicidio y la suerte de un asesinato.

Juan Hernández leía este cuento mientras acababa su café, cuidadoso de no manchar su corbata miró de reojo su reloj, se levanto diciendo a su cocinera "volveré tarde, déjeme algo preparado en mi microondas""que tenga un buen día el señor". Acabó de leer el cuento en su coche aunque tuvo que repetir una línea cuando su conductor pasó por encima de un bache. pensó en el cuento despacio, decidiendo si le gustaba o no, no le solían gustar los cuentos en el que salía la clase popular pero aquel le había disparado su imaginación. Al salir de las Lomas se encontraba pensando como sería la carne de la abuela, intentó imaginarse el sabor y pensó en la carne de avestruz, por alguna razón que no entendía, luego pasó a pensar en las niñas, "...esas tristes tres princesitas vestidas de harapos...", como decía ese odioso periodista que solo valía para componer narcocorridos, sí, había hecho alguno bueno eso no se podía negar. Pensó en ellas con dientes afilados, comiéndose a sus nuevos padres adoptivos, luego se las imagino como tres pequeñas vampiras, atacándole, abrió los ojos, llegando ya cerca de la empresa, asustado y excitado, esa excitación le asustó más y su mente volvió a esa mala racha en la que sólo gracias al dinero se salvó de la humillación y la cárcel.
Devolvió cientos de sonrisas y saludos amables al entrar en el edificio, era un buen jefe para todos, un padre a veces y catorce horas después volvió a su casa, calentó su cena en su microondas sin quitarse a las tres niñas de su cabeza. Pensó seriamente en aplicar también para la adopción, pero el hecho de no estar casado y con la prensa que las perseguía sería demasiado dinero hasta para él. Comió mirando su tele, y se quedó dormido.

Se sintió extraño al acabar de leer este cuento, no sabía por qué. Leía bastante para entender más a la gente, para entender mejor su alma, para perdonar mejor. Aquel era un pequeño pueblo de días idénticamente grises que sólo cambian por algún entierro. Eso era todo. Luego alguna misa y si aburrirse no le hubiese parecido un pecado lo hubiese hecho muy a menudo, había tan poquito que un cura pudiera hacer allí.

Y aquí nace el tercer cuento cómico... creo.
Las razones que le llevaron a ordenarse como sacerdote pueden parecer curiosas pero al menos el cincuenta por ciento es real.
Había sido siempre un niño introvertido debido más que a algo psicológico o perdido en su mente, a un nivel de sordera que sus padres nunca llegaron a descubrir. Aquel niño "raro" quedó en el pueblo con los abuelos, pensaron sus padres aliviados de excusa a ver si el campo y el aire de la montaña le hacían salir del autismo, que no era autismo, que era sordera pero sin gastar en médicos esa fue la decisión paterna.
La abuela que en vez de calabazas o tomates, o pimientos o ensalada o tantas cosas plantaba sólo papas y cebollas y las hacía con la carne de las gallinas ya viejas. El abuelo, que siempre tomó aquello como extraño pero lo extraño se hace normal con los años no le daba importancia, y Federico, el que luego sería cura, comía cansado papas y cebollas, sorbía el caldo y apartaba esa carne dura que la abuela comía sonriente.
Y eso era todo de la abuela, era una abuela normal no hay más que contar, la recuerdo vestida de negro pero seguro que cuando viví con ella vestía de colores, recuerdo que no lloraba pelando cebollas, a mi se me caían las lágrimas cuando la ayudaba, obviamente tampoco lloraba pelando patatas aunque yo sí, porque me pegaba una zurra cada vez que "tiras más papa que monda" y eso ocurría siempre.
Yo amaba al abuelo, que me contaba historias cuando me sentaba en sus rodillas, al calor del fuego mordisqueando algún dulce que el siempre conseguía diciéndome "mira lo que trajo un pájaro para ti".
Luego fue la guerra, y seguimos comiendo papas con cebollas, luego menos cebollas, llegaron noticias de la muerte de mis padres, que fue de mis hermanos nunca lo supe, luego acabó la guerra y comíamos menos, luego ocurrió lo que me llevaría a ser sacerdote.
Llovía ese día creo, caían truenos me imagino y hacía frío supongo. la guerra había pasado sin muertes en aquel pueblo, había pasado con hambre eso sí, ahora estaba una dictadura decían, con hambre también, nada había cambiado.
Fue entonces, luego de la guerra cuando empezaron los muertos. Por las noches llamaban a alguna casa, se llevaban a alguien y en el monte se oían disparos, que no eran truenos entonces, luego por la mañana se cavaba una tumba y se subía a por el muerto. Nadie hablaba de eso, "pobre Faustino""que en paz descanse", es lo único que se volvía a oír del muerto, había hambre y silencio después de la guerra.
El día que se llevaron al abuelo la abuela se quedó en silencio, lloró pelando las papas y la cebolla, luego se oyeron disparos por la noche, no llovía no podían ser truenos, y la abuela y yo nos sentamos tiritando al escaso fuego.
Se oyeron ruidos en la puerta y entró el abuelo ensangrentado, se arrastró hasta el fuego mientras se oían pasos que corrían detrás, se intentó levantar agarrándose a la cacha pero no pudo, entonces me miró y me susurró "hazte facha", diciendo esto murió.
Se asomaron unos hombres armados pero al verle muerto se marcharon riendo.
Fue así como pocos años después, por el recuerdo de las últimas palabras de mi abuelo, intenté alistarme en algún movimiento de la dictadura, pero, era muy difícil y medio sordo y con tanta gente esperando su turno para unirse no lo conseguí.
No iba a dejar tan fácilmente que la última voluntad de mi abuelo se desvaneciese, ya que no podía ser facha, imaginé que siendo de algunos de los que apoyaban a los fachas el abuelo descansaría en su tumba orgulloso, así que imposible de intentarlo en el ejercito por la sordera ni en la policía me uní a la iglesia.
"Hijo mío, no importa que no oigas a tus feligreses, dios lo oye todo, quizá hasta sea un don y no un problema, lo importante es que ellos te escuchen" con estas palabras tendió su mano el obispo para que besase su anillo y unos años después me ordenaron sacerdote.
Todo el tiempo viví con mi abuela que no me volvió a decir ni una palabra desde la muerte del abuelo. Pensé que al menos estaría orgullosa de que hiciese todo esto por el abuelo pero simplemente vivíamos juntos sin que yo existiese para ella. Luego ordenado y en las parroquias que me fueron asignando la llevé conmigo, ya que la pena que me daba la pobre mujer sola era grande, y nosotros como guías de la iglesia tenemos más razón para dar ejemplo. A parte de que lo espiritual no deja mucho tiempo para el cuidado de la casa y demás cosas materiales.
Y así hemos vivido juntos, con su silencio, que yo no la he dejado de hablar, porque hay que perdonar tantas veces como sea necesario.
Y cuento esto porque está moribunda, y lo estoy pensando antes de entrar a la habitación, para coger fuerzas y ver morir a mi abuela que no me ha hablado en los últimos cuarenta y tres años. me gustaría oírla decir al menos un adiós.
Entro en la habitación despacio.
"Federico acércate por favor" dice gritando
Me acerco sorprendido, ¿que milagro es este que me habla?
Cojo su mano pero me suelta y dice algo que por la sordera no logro oír.
"que ha dicho abuela?"
"..........." "que qué dice abuela, que ya sabe que no oigo muy bien, hable mas alto"
"que....abuelo.......y ......" "no la oigo abuela!!"
Entonces se irguió y dando un grito con sus últimas fuerzas dijo
"Que el abuelo era rojo, no pisaba la iglesia y le denuncio Don Pedro, el cura, y por eso le vinieron a matar y lo ultimo que te dijo no fue "hazte facha", fue "dales con la cacha" y diciendo esto cayo sobre el colchón sin aliento sin vida.

Lo último que hice antes de abandonar la iglesia fue enterrar a la abuela, porque no quería que ningún cura estuviese presente, tiré sobre su ataúd mi crucifijo una bíblia y la ropa con la que había dicho la misa. Salí desnudo sin saber quien soy o que soy, todo lo que he sido ha sido falso, de otros o una confusión.

Para salir de mí comencé a escribir, empecé con pequeños pensamientos, luego empecé a escribir cuentos cómicos, como estos, que no hacían reír, por mas que lo intento no hacen reír, por ser historias de hoy en día no hacen reír.

HISTORIAS DE MUEBLES Y OTROS ENSERES YA GASTADOS

¡¡Aaaaa!! bostezó aburrido, luego se acercó a mí y sin decir una palabra volvió a meterse en la cocina. No es que él cocinara, nunca lo hacía, lo hizo al principio hacía años cuando me invitaba a cenar en su piso, delicioso, como delicioso era su aroma, cesó, decía mi mano al abrazarle.
No es que le de vueltas o no, me doy cuenta que se ha convertido en un mueble más, como yo para él, supongo. Ya no te preguntas si te gusta o no, o por qué está ahí, simplemente está, y cambiarlo requeriría un esfuerzo que no tengo, y no me refiero al armario.
Pero hoy noto especialmente su presencia amenazadora, y esa sensación sin que él la sepa está royendo su apatía y su indiferencia, entrando en su forma de verme, y notando que este mueble dinámico que soy yo para él comienza a ser una amenaza. Pero no es hoy una coincidencia, hoy cuando fui al baño por la mañana su orín como es usual estaba mojando la taza, pero hoy, al contrario de siempre lo vi un insulto. Quizá es martes, quizá llovía, no lo sé, hoy fue un insulto. No respondí a su violencia con otro insulto, simplemente le hice ver que existía, que notaba su presencia caminando a mi alrededor. Y eso sé que se volverá en él como una amenaza, y esa amenaza rabia, y un día cercano sin yo hacer más que saber de su presencia dará un portazo con una maleta llena de odio y de un final que ya está dentro.

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Olía a cebolla cuando vino a visitar a los niños y a vinagre, olía también a vino y a cielo gris de día que no acaba de amanecer. Olía a haber llorado, a haberse sentado en un parque impaciente. Olía al otoño, a su no saber hacerse gris a tiempo, a su no saber cambiar las hojas, a su no saber verse amarillo. Ya no olía al perfume de ella, olía a perfume barato de él. Olía a estofado, cuando cerré la puerta y se fue. Olía a hogar sin él. Olía en el abrazo de mis niños una nueva primavera

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Después de las maletas ruidos y carreras, suspiré sola, agradecí mi tiempo para mí ya como agradecía mi tiempo para ellos. Había un suspiro de abrazos, un suspiro que había dejado él hacia ya tanto. Un suspiro que repetían los muebles, no sobraba ninguno ni faltaba ninguno, los críos dejaron los suyos, y me sentí plena. Como si todo encajara, sintiendo que podía envejecer con los muebles, a su ritmo. Ya no hacía falta cambiar nada fuera, quizá encontrara compañía, quizá no, lo que había aprendido hacía tanto es que ya no necesitaba mas muebles.