I

Sentada en su vieja hamaca la vieja lágrimas tejía una bufanda, despacito, punto a punto, quería acabarla antes del invierno que se acercaba pero había querido acabarla antes de los últimos diez inviernos y algunos más, y no había podido. ¡Oh!, se teje muy despacio cuando se esta siempre llorando, sí, la vieja lágrimas lloraba constantemente, cada instante había una lágrima naciendo en sus ojos con un imperceptible suspiro que nadie podía oír, luego resbalaba despacito por su cara, y caía al suelo para no volver jamás…
La vieja lágrimas tejía y lloraba. Es difícil tejer con los ojos constantemente empañados en lágrimas, por cada dos nuevos puntos que hacía, uno lo hacía mal y tenía que deshacerlo, así desde que empezó una primavera la bufanda con la intención de acabarla ese invierno, habían pasado tantos inviernos desde entonces y aún seguía con la ilusión de acabarla para el siguiente… mientras tejía tranquila balanceándose en su hamaca.
Miró al cielo, y una nueva lágrima nació en sus ojos y vió unas nubecitas blancas que venían a lo lejos, parecían un rebaño de ovejas, «vaya -se dijo- ya llega el otoño y aún me falta mucho para acabar mi bufanda…tendré que darme un poquitín más de prisa» y empezó a tejer más rápido pero lo único que conseguía era hacer un nuevo punto mal más rápido y, claro, tener que deshacerlo más rápido aún, de verdad, se teje muy mal cuando se esta siempre llorando.

Vivía en una pequeña casa a las afueras de la Ciudad de la Alegría, rodeada por un jardín redondo y precioso. La casa estaba en el centro pero apenas se veía porque en el jardín crecían multitud de plantas de todos los tamaños, con flores de todos los colores regalando una multitud de aromas…¡era precioso!. Parecía un arcoiris enredado sobre sí mismo rodeando su pequeña casita, sí, ¡realmente precioso!. La gente de la ciudad de la alegría cuando pasaba por delante se preguntaban como podía aquella viejecita tener un jardín tan hermoso. Algunos decían que las flores nacían de esas gotitas de rocío que siempre resbalaban por sus ojos. Otros murmuraban que era la bruja del norte, que cada flor escondía un niño recién nacido, otros que era la bruja del sur y que de cada una de aquellas plantas nacían los vientos que luego recorrían todo el mundo, otros que era la del este, la que robaba pedacitos de sol y con ellos pintaba sus flores, y otros, los más listos, que era la bruja del oeste, que un día perdió su escobas y ya no pudo volver a volar… todos decían algo pero claro que nadie se lo creía, nadie, la vieja lágrimas era la vieja lágrimas, simplemente, aquella viejecita buena que siempre estaba llorando, siempre llorando…
Pero lo que más le gustaba a la vieja lágrimas de aquel jardín, «mi florecita más preciosa», como ella decía, era un viejo nogal, oh, sí, un viejo y fuerte nogal que crecía detrás de la casa. No era más precios que otro nogal cualquiera pero era el primero en florecer, por marzo, cuando el frío aún helaba las lágrimas en los ojos de la vieja lágrimas, y eso no es muy agradable, claro que no, el viejo nogal se sacudía las últimas nieves y le regalaba una multitud de flores blanquecinas, sí, como alegraba aquello a la vieja lágrimas. Luego en verano ponía su hamaca debajo de la sombra que daban sus ramas y tejía y tejía una bufanda que nadie sabía cuando iba a acabar…
…y la vieja lágrimas tejía y tejía y lloraba y lloraba, porque lloraba en verano, todo el verano, y en invierno, todo el invierno, y en otoño, claro, y también en primavera, cada mes, cada día, cada segundo, cada instante una nueva lágrimas recorría con una suave tristeza sus ojos. La vieja lágrimas lloraba cada lágrima de la ciudad de la alegría, cada pena, cada suspiro se convertía en un diamante salado en sus ojos, resbalaba por sus mejillas y luego caía para perderse para siempre. Porque nadie en la ciudad de la alegría sabía llorar, nadie, ni los bebes en sus cunas ni los viejos cuando veían como el viento se llevaba sus recuerdos, nadie. La vieja lágrimas lloraba por todos y las lágrimas de una ciudad son muchas, muchísimas, por eso no podía dejar de llorar un instante.
Pero eso nadie lo sabía. ¿Quién podía saber por qué lloraba la vieja lágrimas? ¿quién podía preguntarse de donde salían tantas lágrimas? Si nadie en la ciudad de la alegría sabía lo que eran aquellas gotitas transparentes que asomaban sin cesar en los ojos aquella vieja tranquila…pero claro, ¿cómo lo iban a saber? Si en la ciudad de la alegría nadie jamás había llorado.